Cualquiera
que haya jugado al fútbol ha notado un clic mental ante la tesitura de lanzar
un penalti. Incluso en aquellos partidos sin trascendencia, con el desenlace decidido,
en el momento concreto de lanzarlo, se percibe una responsabilidad que
trasciende al partido. En aquel justo momento, el penalti se convierte en un
duelo al sol entre el lanzador y el portero. Fallarlo implica cierto desorden
interno, una sensación de incredulidad que te afecta más o menos según la
importancia del error en el resultado global, tanto del partido como del futuro
del equipo en la competición.
La
posición del portero, desde una observación superficial, es más cómoda. En un
principio no tiene la obligación ineludible de detener el balón. Si el disparo
se convierte en gol saldrá exonerado del lance. Pero si consigue detenerlo entonces
se convierte en un héroe.
Parecería
que un portero frente a un penalti vive una situación idílica, aunque los
problemas asociados al cancerbero en este lance concreto, tienen una sutilidad
muy ponzoñosa.
Puede
no parar uno, dos, tres y hasta siete penaltis pero, en un determinado momento,
pasará a convertirse en el hazmerreír del barrio o del mundo entero. Será
señalado como el portero que nunca para
un penalti. Esta es una losa muy pesada que puede llevarle muy abajo en su
autoestima.
Incluso
Messi ha pasado por una fase en su carrera en la que se dudaba de su
efectividad a la hora de lanzar los penaltis. Era una duda cierta, nada
subjetiva. Messi no es un especialista en esta faceta, pero después de malos
momentos que a buen seguro le incomodaron más allá de la adversidad de no
convertir el gol, lo cierto es que ha sabido reconducir su mala racha y
alcanzar una notable efectividad.
No
se puede dejar de lado que la responsabilidad a la hora de lanzar un penalti es
directamente proporcional a la resonancia del partido, y del momento particular
del mismo. Fallar un penalti en un instante decisivo, no solo da alas al
contrario, sino que el jugador que lo yerra queda inmerso en una nebulosa fatal
durante el resto del partido.
En
la noche del día 24 de abril de 2012, en la semifinal de la Champions, en el Camp
Nou, contra el Chelsea, Messi falló un penalti decisivo. Con 2-1 a favor del FC
Barcelona, avanzada la segunda parte, Messi tuvo la oportunidad de aplicar la
puntilla a un Chelsea que jugaba con diez jugadores, por la expulsión de Terry.
Marcar hubiese significado ir por delante en la eliminatoria que con 2-1 era
favorable al Chelsea, que había ganado por 1-0 en Stamford Bridge. Muy
concentrado, Messi estrelló el balón en el larguero. Quedaba mucho tiempo por
delante, pero la suerte ya estaba echada. Messi ya no fue capaz de reintegrarse
de nuevo al partido, ensombrecido por la infausta repercusión del error, y el
Chelsea atisbó que la diosa fortuna le tenía abrazado.
Al
día siguiente, se disputó la otra semifinal, Real Madrid-Bayern de Múnich. Los
bávaros habían ganado en su campo por 2-1. Se dio el mismo resultado en el Bernabéu
a favor del Real Madrid. En la tanda de penaltis, Cristiano falló su
lanzamiento y el Real Madrid perdió la eliminatoria después que Sergio Ramos
mandase el balón no se sabe dónde.
Curiosamente, en el margen de dos días, los dos mejores futbolistas de la década, fallaron sus lanzamientos en momentos trascendentales, pues de haber pasado sus respectivas eliminatorias, tanto el FC Barcelona como el Real Madrid habrían disputado la final de la Champions.
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