domingo, 29 de octubre de 2023

LA MIRADA DEL CONVERSO

El 6 de agosto de 2023, en un artículo publicado en el Blog, hice apostasía pública abjurando de un sentimiento azulgrana que me había acompañado durante décadas. No merece la pena insistir en los motivos, aunque el resumen sería que ante tantas hipocresías, victimismos y desvergüenzas emanadas desde el Fútbol Club Barcelona, y a poco que uno tenga la mente despierta y haya aprendido algunas nociones de honestidad, se está en disposición de tomar esta decisión.

Soy plenamente consciente que la mayoría de aficionados nunca serán capaces de plantearse algo semejante y mucho menos de tomar esta determinación. No les culpo por ello, pues cada cual elige su manera de vivir y de reaccionar ante una traición. Asimismo no perderé ni un minuto en intentar convencer a nadie para que haga lo mismo que he hecho yo, pues sería un exceso por mi parte, por todo lo que implica, pues aunque uno puede llegar a conclusiones y actuar en consecuencia, de manera inevitable se rasgan sentimientos y recuerdos.

Desde el momento en que abandoné la religión blaugrana tuve la iniciativa de buscar un equipo alternativo para vincularme, poco o mucho, a su historia y recorrido. El elegido fue el Atlético de Madrid, un equipo por el que de joven tuve mucha simpatía, en especial después de leer un artículo en la revista Interviú, firmado por el periodista Julio César Iglesias, en el que vinculaba de manera vibrante a los colchoneros con los bucaneros, unos piratas que eran capaces de llevar un partido de fútbol a la categoría de batalla campal o al altar de las desgracias.

Después de seguirles en un par de partidos de la presente temporada, advertí que no sentía nada viéndoles jugar, más allá de disfrutar del partido de fútbol como haría cualquier aficionado, sin ninguna empatía hacia sus colores. Comprobé que no pude masticar ni un miligramo de emoción adoptando el papel de seguidor de este equipo, pues mi planteamiento nacía de un sentimiento impostado.

A los pocos días, siendo sincero conmigo mismo, tuve que reconocer que me estaba negando otras emociones que se habían infiltrado en mi interior. Para llegar a una comprensión de mi estado emocional tuve que recurrir al proverbio árabe que dice que el enemigo de mi enemigo es mi amigo.

Fue así como descubrí que mi actual equipo sería el Real Madrid. No ha sido una decisión tomada con la razón, sino que nace de un instinto de venganza, de la reacción ante una serie de felonías por parte de los dirigentes del FCB, con la necia anuencia de una gran parte de sus socios y aficionados.

Estoy enterado de la mayoría de miserias del Real Madrid a lo largo de su historia, no voy a olvidarlas por querer que gane. En realidad mi vínculo no ha nacido de una experiencia gozosa sino de un rechazo al FCB. No son sensaciones fáciles de llevar, pero día a día las aguas van perdiendo su color terroso para ser más transparentes.

Ha sido bajo estas premisas que he cantado los dos goles del Real Madrid en el partido jugado contra el FCB. He de decir que la alegría por la victoria del RM es menor a la que tenía antes de la conversión, cuando ganaba el FCB. Asimismo, las derrotas del RM duelen mucho menos que las que sufría el FCB. El gran amor perdido dejó su huella y sus ecos majestuosos no volverán nunca más.

Comentando el partido cabe decir que fue muy malo, con pocos destellos de calidad. La primera parte del RM ha sido penosa, con un Vinicius incapaz de superar a Araujo, demasiado perdido por su constante interacción con la grada y sus simulaciones de auténtico cretino. El FCB ha sido superior en este período, con un buen Fermín, un solvente Gündogan y un Gavi omnipresente en el aspecto defensivo.

En la segunda parte, Ancelotti ha reaccionado al alza, con la entrada de Modric y Camavinga. El RM se ha apoderado del balón y sin hacer un gran juego, ha encerrado al FCB en su área, con la complicidad de un Xavi inútil, con cambios difíciles de entender, demasiado condicionado por respetar galones y evitar incendios en el vestuario.

Con la presencia de Mick Jagger y Ron Wood en el palco, el FCB ha sido incapaz de inspirarse con el ritmo de los Rolling Stones, siendo el tema del día el Hey Jude de los Beatles, por los goles de Jude Bellingham, un jugador destinado a marcar una época, no tanto por mostrar un talento inalcanzable, como por un rendimiento siempre alto en todas las zonas del campo. No hace nada que no se pueda imitar, sus jugadas son las propias de un jugador eficiente, pero son jugadas que casi todos hemos hecho en algún partido. Lo que hace único a Bellingham es que es constante e intenso en todos los minutos del partido, además de ser inteligente en el campo, tanto por su juego como por su actitud, siempre deportiva y ausente de polémicas.

Para terminar merece la pena mencionar los comentarios, al final del partido, de la tropa analfabeta de Catalunya Ràdio. Escucharlos tan desorientados después de la derrota del Barça, con errores profesionales impropios de gente que se gana la vida por comentar partidos, produce sonrojo. Son gente subvencionada, parásita, con un coro de féminas que denigran cualquier posible reivindicación de la mujer.

 

 

miércoles, 11 de octubre de 2023

FÚTBOL POSMODERNO

Si bien son muchos los aspectos en los que el mundo del fútbol ha evolucionado de modo positivo -tratamiento de las lesiones, prevención de las mismas, análisis tácticos, materiales optimizados, mejores terrenos de juego, entrenamientos particularizados, la presencia de cámaras que te acercan la jugada al detalle, y un largo etcétera-, en otros apartados se ha producido un viraje que creo inadecuado.

Son cambios de dirección que inciden en el entorno y en el núcleo mismo del fútbol: medios de comunicación, sociedad, participantes directos del espectáculo y aficionados.

Refiriéndome a los medios de comunicación he de decir que mi propensión a escuchar partidos por la radio ha disminuido de manera notable, debido tanto a los excesos de unos locutores que en cada jugada quieren revivir la guerra de las Termópilas, chillando como posesos por goles intrascendentes, como por la participación excesiva y anodina de mujeres periodistas que hablan de fútbol como podrían hacerlo de cualquier familia de insectos, o sea que no tienen ni idea.

Por lo general, su papel es de florero, el de entrevistar a algún jugador o estar a pie de campo para comunicar que Ancelotti se acaba de rascar la oreja. Son intervenciones de nula calidad, tópicas, que hacen insufrible al seguidor de siempre tanta broma entre ellas y ellos, con una verborrea que no aporta nada. Con todo, lo peor, salvo excepciones, es cuando pasan a tener mayor protagonismo, alcanzando la culminación de la vacuidad.

En cuanto a la televisión, al retransmitirse tantos partidos, en demasiados de ellos los comentaristas son paticortos, sin saber distinguir si están en radio o televisión, convirtiendo el relato en insoportable, con el recurso reiterativo de metáforas tan sobadas que producen vergüenza ajena. Las aportaciones de ex jugadores en la locución sirven de contrapunto y de descanso ante tanta incompetencia.

Otra de las modas que se quieren imponer es la de que en los estadios reine el respeto y la deportividad. Llamar negro a quien lo es, se ha convertido en una acción a perseguir, al igual que si se va más allá y se le llama mono, mandril o se le chilla que vuelva a la selva. Es evidente que la mayoría estaremos de acuerdo en que estos insultos sería mejor que desapareciesen de los estadios, pero de igual manera debería defenderse a los gordos, calvos, feos, homosexuales y demás caterva de gente señalada de continuo, objeto de burlas y chanzas.

Es como querer poner puertas al campo. Los insultos en un campo de fútbol son tan naturales como el olor nauseabundo en un estercolero, resultan inevitables, y a no ser que empecemos a formar a los niños en una educación de máximo respeto al prójimo, pasarán los años y todo seguirá igual.

Mientras los creadores de modas se empeñan en imponer su orden en este mundo caótico, sus hijos menores de edad cotillean pornografía salvaje a diario, forjando a los futuros monstruos de este mundo idílico en el que sueñan.

Respecto de los jugadores solo decir que sus emolumentos están en proporción inversa a sus obligaciones con el aficionado. Cada día viven más alejados del contacto con los seguidores, viviendo en una burbuja de la que solo salen cuando, de manera inesperada aunque cada vez más recurrente, los delincuentes entran en sus casas para mostrarles como es el mundo real, o alguna lesión de larga duración les despierta de sus ensoñaciones de nuevos ricos.

En cuanto al fútbol en sí, a lo que ocurre en el terreno de juego, ha habido una transformación evidente, parecida en su resultado final a echar agua al vino. La proliferación de cámaras que captan hasta el más mínimo gesto ha ido devaluando algo inherente en el fútbol: los roces y la intimidación. Asimismo, las normas arbitrales cada vez son más exigentes en la defensa de la integridad de los jugadores. Los contratos publicitarios exigen que los jugadores más vistosos estén en el campo y no en el hospital. Nada que objetar a eso, pero una cosa es cazar tobillos y otra que haya refriegas. Cuando a la comida se le quita la sal, la pimienta y cualquier otro aderezo que da sabor, sigue siendo comida, pero cada vez gusta menos.

No estoy abogando por el fútbol ultra violento de los años sesenta y setenta, ni tampoco por la extrema dureza de los ochenta, ni siquiera por la rudeza de los noventa, pero hay que reconocer que entre ver a leones o a perros perdigueros hay mucha diferencia.

Solo así se explica que jugadores muy jóvenes se atrevan a pisar un terreno de juego al lado de profesionales. Ante la ausencia de la ferocidad propia del fútbol, inmersos en una atmósfera protectora, estos niños que hace un par de décadas ni siquiera se habrían atrevido a pisar la cancha sagrada, ahora lucen su insolencia en el regate mientras los aficionados hacen la ola. Es un fútbol metrosexual, carente de la adrenalina necesaria, al menos para algunos aficionados que siempre han valorado determinados atributos del fútbol.

Ante una paz impuesta y pactada los equipos ya no necesitan tener a ningún matarife en el campo, cuando antaño eran imprescindibles para marcar la línea roja y proteger a los jugadores más creativos de su equipo. No voy a negar que los aficionados más inocentes, los que buscan ver virguerías sin parar y amplias goleadas para celebrar tantos goles como sea posible, puedan pasárselo bien, del mismo modo que lo hacen cada vez que los Harlem Globetrotters visitan su ciudad, pero al auténtico aficionado, que además haya jugado centenares de partidos, el fútbol actual, con tantos penaltis de Señorita Pepis que deciden partidos, con la constante simulación de lesiones y con tanto niñato en el campo, le parece una adulteración.

 

UNA CENA MUY ORIGINAL

Los integrantes de masalladelgol-colectivopessoa , seudónimos anónimos agazapados detrás de heterónimos invisibles, hemos llegado a la con...