Hasta hace poco más de una década, Girona era mi ciudad sentimental. Por muchos recuerdos, por sus librerías, por su aroma, por sus calles, por sus viejos bares, también por sus gentes, cívicas y amables.
Con el paso de los lustros, lo que llaman progreso, fue cambiando su faz y, por poner un ejemplo, donde antes había una mercería de más de cincuenta años, en unas semanas una boutique de ropa, iluminada por docenas de luces, ocupaba su lugar. No obstante, Girona seguía guardando su esencia, su encanto, a pesar de una retirada constante de lo añejo que iba siendo sustituido por bares de moda, hotelitos para turistas y tiendas de diseño.
Incluso las farolas, con su luz amarillenta, fueron reemplazadas por modernas técnicas de alumbrado, que con sus destellos dieron una iluminación intensa a plazas antaño tenebrosas y llenas de misterio.
Año tras año, fui comprobando la invasión de una nueva realidad, la constatación de un mundo cambiante que se hacía cada vez más presente en Girona. Con mis intermitentes enojos, fui capaz de adaptarme a la situación, sin que ello alterase mi fidelidad a la ciudad.
Hasta que llegó la nube negra cargada de un virus terrible, el virus de la idiotez que ha calado hasta los huesos a muchas de las buenas gentes de Girona, que sin darse cuenta -es lo que tiene la idiotez- han sucumbido a una ideología que lo único que ha conseguido es separar a los catalanes.
En Girona incluso se da la circunstancia de que la exposición de una bandera no siempre es del todo espontánea, pues en edificios nobles de la ciudad, todas las estelades son iguales y están situadas en la misma posición, guardando una simetría que hace más opresiva su presencia.
Fue en este frenesí independentista cuando el Girona FC alcanzó su mayor éxito deportivo: el ascenso a Primera División.
Desde julio de 2021, Míchel es su entrenador. En su primera temporada consiguió de nuevo el ascenso a Primera, y en la actual temporada, fue capaz de hacer jugar como los ángeles al Girona FC, en el Santiago Bernabéu, con un planteamiento valiente, desplegando un juego magnífico, por el que sentí admiración, empatando a uno contra el Real Madrid, incluso mereciendo la victoria.
Analizando su fútbol, creo que es de los mejores equipos en la zona de tres cuartos del campo, aunque debe encontrar el mecanismo para que el cerrojo defensivo sea más eficaz.
Míchel parece inteligente y enseguida advirtió que una condición que sumaría en su balance sería su integración en Girona, tanto social como a nivel lingüístico. Humilde y respetuoso, a los seis meses de su llegada ya contestaba alguna pregunta en catalán.
La posibilidad de aprender un nuevo idioma siempre hay que valorarla como algo positivo, aunque en el caso concreto de Míchel podría ejercer su trabajo de entrenador utilizando solo el castellano, viviendo al margen del catalán. Muchos catalanes en general y gerundenses en particular, con que fuese capaz de decir, bon dia, bon nadal, bon any i Girona m’enamora, sería más que suficiente -algo que nunca consiguieron de Messi, lo que explica cierta frialdad a la traición que sufrió-. Pero no ha sido el caso de Míchel empeñado en tomar clases de catalán.
Es en esta cuestión donde radica el problema: Míchel ya es competente para entender las preguntas en catalán y de contestarlas en el idioma normalizado por Pompeu Fabra. Lo lastimoso es que mientras busca las palabas y las va soltando, te das cuenta que no son más que una retahíla de tópicos, que casi es como si nada dijera. Pero claro, qué más da lo que diga si lo dice en catalán…
Se ha llegado a un punto tal de estupidez que se valora más su esfuerzo por hablar en catalán que el contenido de su discurso. Míchel es un hombre que se maneja muy bien con en castellano, capaz de hablar de táctica de modo elaborado, de tener respuestas vibrantes y agudas, pero está atrapado por la obscenidad del entorn.
Hay que alabar la voluntad de Míchel por impregnarse del catalán, pero justamente este gesto le supone ahora una limitación expresiva. Lo que ha sido un gesto de respeto por parte de Míchel se ha convertido en un encierro mental lingüístico e ideológico.
Detesto el fútbol, por lo tanto no se de que va el articulo.
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