sábado, 22 de agosto de 2020

EL DEDO ACUSADOR

Es una buena señal que Messi haya hablado con Koeman, interrumpiendo sus vacaciones. La mayoría de barcelonistas desean que Messi siga en el Barça, aunque su marcha ya no sería tan dolorosa como lo habría sido años atrás.

Le reconozco a Messi sus enormes méritos en la gloriosa etapa del FC Barcelona. Sin su presencia nada habría sido lo mismo. Creo que todavía podría liderar un proyecto en el campo, rodeado de algunos compañeros defenestrados en los últimos tiempos.

Soy de la opinión que esta plantilla, con algunas bajas, mejorada con injertos de jóvenes con hambre de victoria, entrenando de manera exigente, manteniendo el estilo Barça, podría competir con cualquier equipo del mundo.

Pero Messi debe ser consciente que mucha responsabilidad de lo que ha ocurrido es suya, compartida con algunos de sus compañeros de vestuario.

Desde la llegada de Valverde se ha entrenado poco, acomodados por una superioridad técnica y táctica que ha servido de espejismo en el discurrir de los últimos años, incrementado por el hecho de haberse ganado dos Ligas y dos Copas.

Tampoco ha ayudado en esta degradación una política de fichajes errática, tanto en las entradas como en las salidas, además de la presencia de futbolistas sin ninguna capacidad para jugar en el Barça.

El caso más estentóreo es el de Sergi Roberto, la confirmación del Principio de Peter, con el añadido de que él mismo es conocedor de sus absolutas limitaciones. Poner al mejor jugador del mundo al lado de un jugador tan mediocre, explica muchas de las debacles vividas. Siempre he pensado que es mejor jugar con diez que con once, si uno de los once es un agujero negro.

Es necesario mencionar la absoluta impericia a la hora de gestionar el vestuario, tanto por parte de Valverde como de Setién, plegándose a las exigencias de los futbolistas con más ascendencia, siendo titulares por decreto y nada predispuestos a ser sustituidos a lo largo de los partidos, lo que ha repercutido en el desgaste excesivo de jugadores veteranos, impidiendo que otros jugadores pudiesen aportar sus cualidades y forzar la competencia, tan necesaria en un equipo.

El caso de Suárez es clamoroso. Cerró la puerta a un rápido y preciso Alcácer, hasta provocar su marcha, mientras el uruguayo se iba arrastrando por  los campos de Europa, incapaz de ganar una carrera en velocidad o de combinar una jugada.

Si con Messi siempre se echa de menos a un integrante comprometido en la actitud defensiva, el necesario equilibrio se viene abajo cuando añadimos la poca efectividad en la presión y recuperación por parte de Suárez. En el fútbol moderno, tener a dos jugadores al margen de las labores de defensa y presión, es un exceso que se paga muy caro ante equipos de élite.

Tampoco hay que descartar lo negativo del efecto Messi: todos los jugadores antes de proponer algo, le dan el balón a Messi para que sea él quien lo haga. Esta dependencia ha provocado que las cualidades decisorias de la mayoría de jugadores hayan bajado de nivel. Sirva de ejemplo lo que hizo Alba en Liverpool: estando solo, delante del portero, buscando a Messi que estaba detrás de él, para que rematara.

Messi ha de ser consciente que del mismo modo que con su presencia el Barça se instaló en las estancias celestiales como nunca antes en la historia del club, con él ha habido un acomodamiento impropio en un vestuario profesional, lo que ha llevado al FC Barcelona justo delante de las puertas del infierno.

 

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