Después de ver el RCD Mallorca 1-0 Cádiz CF -un partido que de haber terminado en empate habría sido más justo, con un gol anulado al equipo mallorquín en el último minuto, en otra aberración del VAR, una tecnología que en España se aplica de un modo psicopático, en una sistemática perturbación arbitral desligada por completo de la inteligencia más básica- me dispuse a escribir este artículo, pendiente en su redacción desde el 20 de abril.
Antes de entrar en materia con el núcleo del asunto, quiero apuntar que anular goles por un milímetro no deja de ser una decisión cuartelera de un grupo de sargentos chusqueros, de gente que preserva la letra de la ley violando el espíritu de la misma.
Henchidos por la perfección de sus resoluciones microscópicas, los tarugos escrutadores de la sala VOR, se han convertido en un caudal de frustración futbolística, pues son demasiadas las veces en las que anulan un gol celebrado de manera gozosa y perentoria con un veredicto insensato, un acto castrante que se repite cada jornada, en demasiados partidos, y que de seguir en esta dinámica va a provocar el truncamiento de la expresión más festiva del fútbol.
Con su victoria, el RCD Mallorca ha asegurado un año más su presencia en LaLiga. Javier Aguirre ha sabido imponer su personalidad y su apellido en el equipo, mostrándose intenso, aguerrido y coriáceo, con un Lee Kang-in muy creativo y combativo, con una gran pierna izquierda -un jugador de veintidós años, que hasta la temporada 2020-2021 perteneció al Valencia CF, y al que dejaron marchar, en lo que entiendo que fue un gran error-, y con Muriqi, un delantero de referencia, un guerrillero del área que va muy bien de cabeza y que domina el cuerpo a cuerpo, con su 1,94 y sus noventa kilos.
Viendo el partido he recordado que cuando tenía siete años, tomé una decisión después de que cayese en mis manos la revista Reader’s Digest. En uno de sus artículos se comentaban al detalle el historial de los clubs de fútbol españoles de la Primera División, el nombre y la capacidad de los estadios, además de mostrarse los escudos y las indumentarias.
A esta edad todavía no había elegido un equipo al que vincularme. En casa, mi padre era completamente ajeno a cualquier cuestión futbolística, por lo que respecto del fútbol solo me nutría de los comentarios de los niños de la calle donde vivía -en una ciudad cercana a Barcelona- y de la escuela, en especial de los que ya tenían más de nueve o diez años, que repartían sus preferencias entre el CF Barcelona y el Real Madrid.
Dejándome llevar por las resonancias de su escudo y por el rojo y negro de su equipación, dictaminé que mi equipo sería el equipo isleño.
Durante unos meses, las tardes de los domingos, buscaba en la radio el Carrusel Deportivo para saber de las andanzas del equipo bermellón, y los lunes esperaba a mi padre con la Hoja del Lunes, para leer el relato del partido del RCD Mallorca.
Así fue hasta que una tarde de domingo fui a casa de unos familiares que vivían enfrente de mi casa. Mi tía me hizo pasar al patio, donde su marido y mi primo, estaban escuchando por la radio un partido que jugaba el CFB.
Nunca hasta aquel momento, había podido comprobar el énfasis con que se podía seguir un encuentro de fútbol. Observé en silencio cómo se alteraban según fuese la jugada, comentando en ocasiones alguna circunstancia de lo que refería el locutor Miguel Ángel Valdivieso, hasta que escuché el nombre de un jugador: Fusté.
Sorprendido por la coincidencia del apellido del futbolista del CFB con el de mis familiares, mi reflexión infantil me hizo llegar a la conclusión de que no podía ser de otro equipo que no fuese el azulgrana, por una cuestión de lealtad familiar.
Así fue como dejé de lado al RCD Mallorca para hacerme seguidor del CFB. Es probable que hubiese llegado al mismo lugar por otras razones, pero nunca se sabe.
Tomé la decisión de escribir la parte esencial de este artículo a raíz de la muerte de Josep Maria Fusté, el 20 de abril de 2023, un gran jugador del Barça, potente en el ir y venir de área a área, y muy hábil con ambas piernas, disparo incluido. Siempre me pareció un hombre de bien, un auténtico deportista. Descanse en paz.
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