Uno de los personajes más divertidos del universo Hergé es Silvestre Tornasol, el científico despistado que a causa de su sordera vive inmerso en un mundo propio, desencadenando situaciones hilarantes en muchas de sus apariciones.
El joven Ronald Koeman era la copia física más parecida a Tintín que uno se pueda imaginar, y ahora, en su madurez, serviría de modelo a Hergé para dibujar un Tintín de más de cincuenta años.
No obstante, quizás por tantas lecturas de Las aventuras de Tintín, en demasiadas ocasiones Ronald Koeman se transmuta en el profesor Tornasol, pues algunos de sus decisiones e inventos resultan tan inverosímiles como los del absurdo personaje.
Hay que ser objetivo y reconocer los aciertos que ha tenido Koeman en su dirección del FC Barcelona: una mejoría evidente de De Jong, una buena relación con Messi, la recuperación incipiente de Umtiti, la aparición de un Araújo imperial, el trabajo esforzado y cumplidor de Mingueza, un aire más entonado de Dembélé y la apuesta por un Pedri que apunta a futbolista excepcional.
Dicho esto pondré la lupa en sus dos grandes errores: su insistencia en alinear a Junior Firpo y Trincao, alineaciones que al margen de razones de club -intento desesperado por revalorizar una inversión millonaria que se perderá por el desagüe- rozan la obnubilación.
Refiriéndonos al partido del FC Barcelona con el Rayo Vallecano, Koeman debería haberlos cambiado en la media parte del partido, pues en su obstinación para que iniciasen la segunda parte puso en riesgo la eliminatoria.
Si bien Junior Firpo y Trincao no aportan casi nada, esto no es lo peor. Lo nefasto en ellos es la sucesión continua de jugadas que ponen en peligro la estructura del equipo, errores de todo tipo, tan previsibles como constantes.
Pagar dieciocho millones más doce en variables por Junior Cirpo, teniendo la oportunidad de contar con un jugador de la cantera del Barça, como el estajanovista Cucurella, es la constatación de un cretinismo escondido en algún despacho del club. Puedo reconocerle algún mérito, como el de estar siempre cerca de la pelota a lo largo de toda la banda izquierda. El problema es que una cosa es estar cerca y otra jugarla con criterio. De eso carece en demasía.
En cuanto a Trincao, dueño de un apellido que ya apuntaba con claridad lo que podía ocurrir, que vino de la mano del representante Jorge Mendes con un coste de treinta y un millones de euros, y que poco después de fichar por el Barça fue elegido como mejor jugador de Europa sub-23, es el clásico jugador que sin estar exento de calidad, la desperdicia por sus constantes dudas a la hora de enfocar cualquier jugada. Está más cerca de ser un peligro para su equipo que otra cosa.
Por su juventud puede esperarse de él un mejor aprendizaje y por tanto, la corrección de algunas de sus indecisiones, pero mi pronóstico es que estamos ante un jugador con el síndrome Vítor Baía: incapacidad de rendir por el peso de la camiseta o por su complejo de inferioridad ante sus compañeros de vestuario.
Recuperar la inversión de estos dos jugadores será muy difícil. Quizás con Trincao, Jorge Mendes sea capaz de revenderlo a algún club con pocas luces y recuperar la diferencia entre el precio de su fichaje y su amortización, pero lo más adecuado sería ceder a ambos futbolistas en este mercado de invierno para ver si en otro lugar, con menos responsabilidad y exigencia, encuentran un hábitat más adecuado a sus posibilidades.
Solo así, con un mejor rendimiento de estos dos futbolistas en equipos menos complicados en su juego, podría el FC Barcelona recuperar una parte importante del dinero invertido. De no tomarse esta decisión se perderá más del setenta por ciento de la inversión realizada.
En El asunto Tornasol, un alto dignatario del ejército bordurio, efectúa una demostración de la fuerza destructora del invento del profesor daliniano, al tiempo que comenta: observen como tiemblan sobre sus cimientos los orgullosos edificios, cómo se agrietan y tambalean para desplomarse entre el polvo.
Es un párrafo que Koeman haría bien en interiorizar para evitar la voladura de su proyecto. Dos artefactos explosivos son suficientes para enviar toda una construcción al infierno.
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