Ante el momento actual del FC Barcelona, con la perspectiva que otorga el paso del tiempo y de los acontecimientos, es necesario poner en su justo lugar a Ernesto Valverde, quien durante dos temporadas y media gestionó con un alto grado de eficiencia una decadencia que ya había mostrado algunos ángulos de su rostro macilento en el último año de Luis Enrique.
Cierto es que Valverde tuvo un par de batacazos difíciles de aceptar, incluso de comprender, pero ahora que podemos ver toda la secuencia del maldito puzle azulgrana, su nombre gana valor de ley: el edificio del Barça estaba deteriorado por una aluminosis voraz, y si antes no se vino abajo del todo fue porque Valverde supo poner en tiempo y lugar los equilibrios necesarios.
Hay que recordar que Valverde tuvo que lidiar con la marcha abrupta de Neymar, con las graves lesiones y la inmadurez de Dembélé, con la intransigencia de algunos pesos pesados, que fruncían el ceño cada vez que eran sustituidos: Suárez, Alba, con el sumo sacerdote, Messi, a la cabeza. Solo cabían dos opciones: adaptarse al entorno del vestuario o sacar la navaja. Eligió la primera.
Curiosamente, este pacto no escrito es el que permitió sobrevivir a Valverde en un vestuario muy complicado, aunque con ello se iba desgastando el capital deportivo que vivía a la sombra de estos personajes intocables. Parece que nunca atinaron a pensar en lo beneficioso de rotar, tanto para tener las piernas más descansadas para los momentos decisivos, como para tener enchufada al resto de la plantilla.
En su primer año de entrenador con Valverde, en la temporada 2017-2018, el Barça ganó la Liga y la Copa del Rey. En la temporada siguiente, la Supercopa de España y la Liga, y en su última temporada, fue cesado después de que el Barça perdiera con el Atlético de Madrid por 2-1, habiendo realizado un gran partido durante ochenta minutos, en la Supercopa jugada en Arabia Saudí.
De los 145 partidos disputados por el FC Barcelona con Ernesto Valverde, se consiguieron 97 victorias, 32 empates y 16 derrotas. Mi conclusión es que la gestión de Valverde fue más que correcta, aunque no alcanzó el notable. Los naufragios de Roma y Liverpool, restan demasiado en el balance global.
El mayor error de Valverde a lo largo de su trayectoria en el Barça, fue la alineación inicial en Liverpool. Dejar en el banquillo el músculo y la velocidad de Semedo y Malcom, para apostar por la intrascendencia y los complejos existenciales de Sergi Roberto y Coutinho, fue la primera palada de una tumba que cada día es más profunda.
Si hubo algún momento para echar a Ernesto Valverde, este habría sido justo después del ridículo de Liverpool. Pero una vez que se consideró oportuno seguir con el mismo entrenador para la siguiente temporada, su cese el 13 de enero de 2020, cuando el FC Barcelona era líder en la Liga, empatado a puntos con el Real Madrid, fue un grave error.
Las razones esgrimidas por la directiva fueron que se temía por el proyecto al detectarse insuficiencias en el rendimiento del equipo. Bartomeu, el Cantinflas, dinamitó el complejo andamiaje azulgrana que Valverde sostenía con maestría, atendiendo a las circunstancias. De pronto, un malabar eficiente, que incluso había sido capaz de calmar las aguas revueltas de sus jugadores, cuando desde la directiva del club se había hecho más de un intento de demolición suicida, con casos extradeportivos que afectaron gravemente al vestuario, tenía que marcharse.
El resto de la historia ya es conocida. Llegó el bueno de Setién con el indocumentado Sarabia, y el castillo de palillos se vino abajo de manera estrepitosa. Para no ser injustos del todo, no se puede dejar de mencionar el empujón letal del VAR durante los partidos post-confinamiento de la temporada pasada, una herramienta que en España no es equitativa y que acabó de hundir a unos profesionales a los que ya les temblaba la paletilla.
Al llegar Koeman se ha encontrado una tierra quemada, con algunos jugadores traumatizados, además de humillados, con el añadido de sufrir de manera implacable la mala fortuna con las graves lesiones de Ansu Fati y Piqué, así como una retahíla de arbitrajes tendenciosos hasta lo obsceno.
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