domingo, 6 de agosto de 2023

FINAL DE TRAYECTO

Desde el retorno de Joan Laporta al FCB han acaecido tal cantidad de dislates e inmoralidades, tal cúmulo de actuaciones grotescas e indefendibles, que sorprende ver el mutismo de la masa social y de los aficionados del FCB. El vasallaje solo puede explicarse desde el detrimento provocado por una afectación cerebral, ya sea por la infantiloide e inacabable campaña política vivida en Catalunya, o por la secuencia de inyectables, o por ambas cosas a la vez.

El propósito de este artículo no es enumerar las acciones cuasi delictivas de Laporta, ni tampoco su incansable trasiego, siempre acompañado por la cohorte de amigachos que parasitan el club, sino mostrar algunas de las consecuencias que se derivan de tanta desvergüenza.

Ya hice mención en  otro artículo de la frase que se atribuye a Groucho Marx referida a los principios y a la facilidad que tenía para cambiarlos. Sea o no suya, uno de los grandes valedores de la memorable frase es el presidente del FC Barcelona, Joan Laporta.

Ha llegado el momento de reconocer que el club al que he seguido con un sentimiento íntimo e intenso, ya no representa ninguno de los valores de antaño. Ha sido un goteo constante que ha llenado el vaso de la indecencia, desde el bullying inmisericorde al que se sometió a Ronald Koeman, al engaño hasta el último minuto a Messi, para finalmente llegar al penúltimo acto, con la exposición de las seis ligas ganadas por los deportes profesionales del Barça, flanqueadas por estelades, dispuestas de manera discreta, como quien no quiere la cosa, en un acto más de aniquilación de los valores del club.

El FCB siempre había hecho gala de catalanidad y de espíritu democrático, condiciones aceptadas en mayor o menor medida por todos sus socios y aficionados, pero la exhibición de la estelada es una acción de filibustero, asignando una ideología al club sin previa consulta a sus socios, unos socios que más pronto que tarde solo podrán decidir si el papel higiénico de los lavabos del nuevo estadio ha de ser azul o blanco. Laporta ha convertido al FCB en el Corral de La Pacheca, un lugar para los juegos de manos, bufonadas y triles varios.

Recurriré de nuevo a Groucho Marx para jugar con otra de sus frases: Nunca pertenecería a un club que admitiese como miembro a alguien como yo. Se trata de darle la vuelta, de adaptarla a la nueva coyuntura: Nunca pertenecería a un club que admitiese como presidente a alguien que no tenga dignidad.

Siempre había pensado que era cierta la reflexión de que uno podía cambiar de casa, de trabajo y de mujer, pero nunca de equipo de fútbol. En este punto puedo afirmar que es falsa, que cuando se dan las circunstancias debidas y no se es un simplón, uno puede y tiene que tomar las decisiones que sean necesarias.

Por tanto, hago oficial que dejo de ser seguidor del FCB, un equipo al que durante décadas he seguido en cada partido que ha jugado, hasta el punto de ser el centro de mi agenda. Ha sido tan dolorosa la traición que no solo dejo de ser un seguidor empedernido, sino que incluso quiero que salga derrotado cuando juegue contra el Real Madrid.

Si tuviese que explicar lo que me ha ocurrido con el FCB tendría que acudir a la peor de las vilezas, pues el FCB está deshonrando su historia y sus valores. Me sabe mal por los Pedri, Araujo, Gavi y Balde, chicos que van a defender la camiseta azulgrana hasta el desmayo y que algún día descubrirán en sus propias carnes la falsedad de los dirigentes del FCB, chicos a los que hubiese querido animar, pero el daño ya está hecho y no hay vuelta atrás.

La traición de Laporta y sus secuaces es imperdonable. De pronto, décadas de sentimientos, emociones y recuerdos han quedado ultrajadas por estos sátrapas que han llegado al club como una plaga de termitas, dispuestos a saltarse cualquier convención moral con tal que convenga a sus intereses. 

 

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