Después de que Leo Messi haya ganado la Copa del Mundo de Fútbol, con Argentina, quiero hacer énfasis en determinadas circunstancias que resultan insoslayables para comprender mejor el relato subyacente de los hechos.
En primer lugar hay que incidir en la muerte de Maradona, el 25 de noviembre de 2020. Ante la funesta noticia, Messi se encontró por primera vez en su vida sin la lupa de la leyenda en su nuca, un observador que a buen seguro le coartaba, tanto a él como a los entrenadores de la Selección Argentina.
Cuando Scaloni fue designado como seleccionador, Maradona no tardó en realizar unos comentarios que cuestionaban la capacidad del nuevo míster. Con su muerte se sepultaron para siempre unas apariciones que señalaban y daban forma al próximo fracaso. Podría decirse que Maradona era un mal fario que entorpecía cualquier proyecto.
Desde junio de 2021, Messi participó en la Copa América, finalmente celebrada en Brasil, sin asistencia de público en los estadios. En plena competición, el 30 de junio de 2021, Messi dejó de pertenecer al FC Barcelona, siendo así que por primera vez desde su llegada a Barcelona, Messi se encontró huérfano como azulgrana, además de haber enterrado al padrastro deportivo medio año antes. En esta situación de desamparo, Messi se integró más que nunca en la tribu argentina, metamorfoseando su personalidad, contaminándose como nunca del desespero argentino.
El resultado fue que Argentina ganó en la final de la Copa América a Brasil, por 1-0, en uno de los partidos más fraudulentos de la historia, con Neymar recibiendo patadas a un nivel desconocido.
Un Messi liberado reconoció la calidez del nuevo orfanato, intuyendo que existen asociaciones malditas, constelaciones planetarias que llevan al ocaso, mientas que otras encuentran resquicios en el astral de la historia.
Luego, a primeros de agosto de 2021, Messi se encontró con la traición de Laporta -lo que le supuso un dolor necesario, aunque en su fuero interno algo le decía que era lo mejor que podía haberle ocurrido-, lo que le llevó a firmar, el 10 de agosto de 2021, por el PSG, siendo este punto crucial para explicar la culminación del Mundial de Qatar.
En el Fausto de Goethe, el escritor pone en boca de Mefistófeles una frase que sirve para entender mejor los acontecimientos: Estos idiotas nunca entenderán cómo van encadenados mérito y suerte. Mefistófeles como encarnación refinada del mal ha encontrado en la era moderna su hábitat, su modo de influir en el devenir de la humanidad.
Nunca antes en la historia de los Mundiales de Fútbol ha habido un mayor consenso que el manifestado por una gran parte de los aficionados durante el Mundial de Qatar: el deseo de que Leo Messi ganase por fin un Mundial.
Incluso aficionados de selecciones que querían ganar el Mundial, una vez eliminados sus equipos, no dudaron en cerrar filas en torno a este designio, en parte natural por las simpatías que genera Messi, y en parte forzado, pues desde el centro de poder de Qatar se puso en marcha una maquinaria precisa para que este objetivo fuese el más probable en su desenlace.
Durante el Mundial de Qatar, Argentina ha jugado en general un buen fútbol, armónico en todas sus líneas, tácticamente sencillo aunque con las ideas muy claras, con un Messi batiendo todo el frente de ataque, listo para lanzar a los dos delanteros. El trabajo de Scaloni ha priorizado un solo talento, el de Messi, siendo el resto de jugadores peones para culminar un propósito.
La racha de partidos sin perder con la que se presentó Argentina en Qatar, fue de treinta y seis partidos (veinticinco triunfos y once empates), incluyendo la Copa América 2021 y la Finalíssima 2022 ante Italia. Es un gran bagaje que dejaba bien a las claras que el equipo argentino había encontrado un modo de jugar, con un Messi más relajado después de haber ganado la Copa América.
A lo largo de la trayectoria de Argentina en el Mundial, la albiceleste se ha visto beneficiada con cinco penaltis a favor -récord histórico de los Mundiales- cuatro de los cuales sirvieron para mover el 0-0, algunos de ellos muy discutibles o simplemente inventados. Asimismo, frente a Holanda, Paredes debería haber sido expulsado, primero por doble tarjeta amarilla, y acto seguido por un balonazo contra el banquillo holandés. El árbitro español Mateu Lahoz, se encontró con un partido muy difícil y si algo no hizo fue perjudicar a los argentinos, perdonando una tarjeta a Messi por una mano muy clara. No obstante, Messi y los suyos se encargaron de cargar las tintas hasta el punto de que Mateu Lahoz tuvo que hacer las maletas y volver a casa. El mensaje estaba claro: todo aquel que no ayude a Argentina, se marcha del Mundial.
Ha habido tanta benevolencia por parte de periodistas y comentaristas ante las evidencias de una Argentina llevada en volandas, además de la sustracción sospechosa de imágenes del VAR que fueron obviadas a pesar de lo que se había visto en el terreno de juego -por ejemplo, otra entrada criminal de Paredes a Camavinga en la final contra Francia-, que es fácil llegar a la conclusión que desde los grandes estamentos había una dirección muy marcada en el sentido de que Argentina fuese la campeona del Mundial.
Messi, refugiado en el clan, viendo como todos los clavos encajaban en un trono hecho a su medida, mostró durante el Mundial su faz más rencorosa y excesiva, completamente ajeno al sentido de deportividad, dejándose llevar por un viento a favor que ha empujado en todas las direcciones posibles.
Argentina es un país enloquecido y quebrado. Un país que ha pasado de unos confinamientos salvajes a una explosión en las calles, en una fiesta propia de auténticos dementes. Messi por fin podrá arrancar de su cabeza tantas frustraciones, pudiéndose emborrachar de gentío y de aceptación patriótica.
No obstante, en todo este proceso de fama y reconocimientos hay algo que Leo Messi ya sabe que ha perdido. Rodeado de indigentes intelectuales y contaminado por una vulgaridad excesiva, Messi ha perdido cualquier atisbo de inocencia.
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