sábado, 16 de octubre de 2021

MORALIDADES ACTUALES

En el modernismo líquido en el que estamos inmersos, el pensamiento crítico está quedando afectado por una tecnología que lo invade todo, hasta tal punto que los hechos objetivos quedan modelados y difuminados para dar paso a una actualizada posverdad, en la que si algo aparenta ser verdad es más importante que la verdad misma.

Rafael Barrett, autor de Moralidades actuales, dejó escrito que solo nos acercamos a la verdad mientras dudamos, es por ello que hoy más que nunca hay que recurrir a la duda radical ante un pensamiento global que aparentemente es capaz de resolverlo todo, cuando no es más que la sofisticación de la privación de libertad, especialmente cuando está vinculada a la inteligencia.

Con la imposición de la pandemia y el consabido confinamiento, se ha dado paso al intento de una vacunación urbi et orbi. Los argumentos para conseguirlo, a fuerza de repetirse, son tan cuestionables como eficaces, cumpliéndose lo de la mentira repetida mil veces.

Cuando una sociedad es alienada de manera tan extrema, que ocurran estafas como la que España sufrió ante Francia en la final de la Liga de las Naciones de la UEFA, es del todo consecuente e irrelevante.

En el caso del gol de Mbappé, en un claro fuera de juego, se recurrió a un artículo que dice que se considerará que un jugador en fuera de juego no ha sacado ventaja de dicha posición cuando reciba el balón de un adversario que juega voluntariamente el balón.

Entrar en el debate de si Eric García jugó voluntariamente el balón, es hacer el juego a los que viven de retorcer las palabras para quitarles el elixir y su auténtico significado, y dejarlas inertes e inermes, dispuestas para su utilización.

En este ejemplo concreto, todos sabemos las dos verdades inherentes del mismo: debería haberse señalado fuera de juego de Mbappé, y jamás se habría dado el gol de haberlo marcado España.

Con la implantación del VAR era lícito pensar que sería una herramienta que permitiría poner fin a los errores groseros y desmanes arbitrales. A las pocas semanas ya se pudo advertir que había una diferencia abismal entre lo que podría haber sido y su aplicación real. Edulcorado en estadísticas que promueven a pensar que la presencia del VAR es un acierto, la realidad confirma que es una herramienta puesta a disposición de una causa superior, en la que quienes lo manejan tienen en su mano un poder para interferir, manipular y tomar decisiones sesgadas, siempre con la pátina de credibilidad que otorga el alto porcentaje de aciertos obtenido en tantos partidos intrascendentes, en la consecución del objetivo final.

Con el fin de guardar las apariencias y poder afrontar los errores más evidentes del VAR, tienen a su disposición una gramática llena de excepciones, aplicables según la interpretación que requiera el momento.

Que ante situaciones inaceptables salga la UEFA, estamentos arbitrales, talibanes del reglamento pagados para predicar una doctrina falsaria y supuestos entendidos en la materia, para justificarlas, no es más que la demostración de que tienen dos varas de medir y que a través del ambiguo concepto de la interpretación han conseguido que sean aceptadas con resignada normalidad.

En el caso de la final España - Francia, lo peor no es el hecho en sí, pues podría ocurrir que la estafa sufrida fuese un pasaporte hacía otra parte, un salvoconducto que evite situaciones más dolorosas que perder una final. A todos los niveles, y el fútbol en un lugar destacado, estamos asistiendo a un entramado, a un sainete del que desconocemos su alcance. A modo de recordatorio cabe insistir en la Liga pasada, en lo que fue una comedia nada divina, un bochorno que la mayor parte de los espectadores se creyó en su trama y desenlace.

El narcótico social es tan poderoso en sus efectos que permite que evidencias absolutas pasen desapercibidas, y que robos a mano armada terminen siendo eximidos por razones que nadie comprende del todo, pero que al ser expresadas desde los modernos altares una y otra vez, cumplen con el objetivo de inocular la duda sumisa, es decir, una duda que al contrario de lo que Barrett expresaba, cumple un cometido de pasiva aceptación, de dejar que otros piensen por nosotros.

 

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