Juan Carlos Unzué siempre me ha parecido una persona equilibrada, humilde y respetuosa, alguien que en su trayectoria como portero, o en las diversas facetas que ocupó como entrenador ha dejado una aureola de buen profesional, al margen de la fortuna que quita y otorga de manera caprichosa, tanto en el fútbol como en la vida.
Hace casi un año y medio que Unzué fue diagnosticado de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa progresiva del sistema nervioso. En la rueda de prensa de junio del año pasado, Unzué comunicó su nueva situación, y lo hizo acompañado de familiares y amigos, entre los cuales se encontraba Luis Enrique quien no hacía ni un año que había perdido a su hija Xana. Dos grandes amigos entrelazados por la desgracia.
No tengo la suerte de conocer a ninguno de los dos, pero siento que estoy dispuesto a tenderles mi mano en el caso de que la necesitaran. Son percepciones que se sustentan por tantos años de conocer su trayectoria deportiva y personal, por su manera de ser. Es muy cierta, aunque no del todo, la frase de John Steinbeck, Premio Nobel de Literatura, autor de Las uvas de la ira, cuando expresó que es curioso lo lejana que resulta una desgracia cuando no nos atañe personalmente.
La perspectiva de lo lejana o cercana que nos resulta una desgracia tiene que ver con muchos factores: lazos de sangre, de parentesco, de afectos, edad de la persona inmersa en el infortunio, etc. En los casos de Luis Enrique y de Unzué solo me une a ellos un sentimiento de simpatía y de reconocimiento hacia su personalidad, contenidos insuficientes para vibrar al unísono con su dolor.
Unzué y Luis Enrique son dos caras de una misma moneda de oro puro. Muy diferentes en su forma de ser y en su manera de actuar, pero indefectiblemente unidos por su nobleza, por su ansia por cabalgar caballos de hierro, hermanados por su afán de vivir aventuras, y prestos para ayudarse cuando la desgracia ataca sin piedad.
Confieso mi alegría con la vuelta de Luis Enrique a la Selección y comprobar que sigue inalterable en sus principios: firmeza, descaro, atrevimiento y valentía. Ha vuelto con mucha más experiencia. No me refiero a experiencia futbolística, sino de la vida en su parte más dolorosa. En estas situaciones, o te vienes abajo o resurges como un volcán lanzando lava. El nuevo Luis Enrique es más sabio y más profundo, solo puedo mostrar mi admiración por ello.
Ver a Unzué exponiéndose en público, mostrando la ruta que va a seguir, en una escalada mucho más dura que todas las montañas del Tour superpuestas, me ha llegado a emocionar. Son enseñanzas de vida que permiten reflexionar y llegar a conclusiones muy diáfanas.
Reitero
mi admiración y reconocimiento por esto dos héroes de la vida. Si leen este
artículo que sepan que están invitados al Restaurant Hispània, en Arenys de
Mar. Sería un gran honor tenerles cerca por un par de horas y aprender de ellos
la penúltima lección.
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