lunes, 18 de enero de 2021

KOEMAN EN SU LABERINTO

El título del artículo tiene su inspiración en la novela de Gabriel García Márquez, El general en su laberinto. La novela narra la tortuosa vida de Simón Bolívar, dejando a un lado los panegíricos, nutriéndose de un magma cuyos residuos solo ofrecen desesperanza, enfermedad y muerte.

Koeman ya sabe que está de nuevo en una situación crítica. La final de la Supercopa de España, sin ser un título trascendental en sí mismo, tenía para el Barça el mismo valor que un tronco para un náufrago: la posibilidad de mantenerse con vida unos días más.

Perderla del modo como ha ocurrido, después de haber jugado dos partidos con prórroga, con el gran desgaste físico que supone, con la expulsión de Messi -un modo inconsciente de decirnos que se marchará del Barça-, regalando al Athletic una oportunidad de empatar el partido en el último minuto por una falta absurda y muy rigurosa, por todo esto y mucho más, vuelve al Barça a la casilla de salida.

Ganar la Supercopa habría significado reventar una pared del laberinto físico, un modo de encontrar una salida de urgencia; perderla implica haber entrado en un laberinto cerebral del que es mucho más complicado salir.

Koeman, al llegar al FC Barcelona, se encontró con un barco herrumbroso y a la deriva. Echando mano de trucos de prestidigitador poco aventajado, aunque siempre resultan útiles, y aprovechando materiales que parecían inservibles, consiguió tapar casi todas las fugas de agua. No han faltado temporales que han estado a punto de mandar la nave al abismo, pero durante unas pocas semanas Koeman, aferrado al timón, consiguió encontrar mares más tranquilos, avanzando millas náuticas a buen ritmo.

La derrota en la final de la Supercopa de España ha dejado a Koeman en un desconcierto desolador. Le han removido el puzle de diez mil piezas, dejando reconocible solo una esquina del mismo, y ya siente que el cansancio y el desánimo se apoderan de su entereza.

Quiere mostrar calma, pero esta imbuido de un desasosiego voraz. Íntimamente sabe que la fortuna no solo le ha dado la espalda -en forma de graves lesiones de jugadores importantes, de errores inexplicables de jugadores que han costado muchos puntos, de decisiones arbitrales que parecen tener la mala idea de hacer zozobrar el barco, etc.-, sino que se ha aliado con una pareja de fuerzas invisibles que parece que esta vez están de acuerdo en algo: mandar a Koeman a la zona más abisal del océano.

El azar y el destino nos preparan tumbas donde menos lo esperamos. Nunca se puede descartar nada. Si algún lector bondadoso y justo quiere ayudar a Koeman, bien haría en rezar para que Cornellá no sea el tanatorio donde unos y otros se dan la mano y se abrazan, para media hora después haber olvidado la valentía y el amor que Koeman demostró por el FC Barcelona al aceptar una oferta envenenada.

Los últimos párrafos de la novela El general en su laberinto expresan que vio por la ventana el diamante de Venus en el cielo que se iba para siempre, las nieves eternas, la enredadera nueva cuyas campánulas amarillas no vería florecer el sábado siguiente en la casa cerrada por el duelo, los últimos fulgores de la vida que nunca más, por los siglos de los siglos, volvería a repetirse.

Amén.


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