viernes, 3 de julio de 2020

EL SECRETO DEL GETAFE

He de reconocer que hace unos meses no tenía predisposición para ver los partidos del Getafe. No tanto por su manera de jugar sino por una elección más encaminada al selecto grupo de clubs de la Champions.

Empecé a interesarme más por ver sus partidos a raíz de los comentarios de algunos entrenadores y jugadores criticando su estilo de juego. Me dispuse a descifrar el encriptamiento del Getafe, valorar lo que se escondía a simple vista. Fue entonces cuando hice un descubrimiento esencial.

Al margen de los tópicos de su juego -balonazos, fricciones, faltas tácticas, etc.- resulta evidente que los resultados del Getafe avalan a su entrenador y sus métodos.

Su juego parte de una disciplina espartana en la que no se acepta ni una deserción, ni siquiera de un minuto. Cualquier desconexión mental de alguno de sus jugadores, revierte en fracaso. Sacando a colación su última hazaña, eliminando al Ajax en la Europa League, es momento de recordar la leyenda de Hans Brinker -el niño holandés de ocho años que salvó a su ciudad-, y asociarla con el Getafe: nadie puede sacar el dedo del dique porque entonces nada de lo que se haga obtendría resultados.

Bordalás está llevando a un equipo de jugadores sin renombre hasta cimas insospechadas utilizando el camino más corto, aunque también el más sacrificado.

Para ello ha abierto la jaula del azar, le ha mirado a los ojos y ha desarrollado una idea que pone en jaque a las gentes de palacio.

A los grandes equipos no les gusta la presencia del azar en los partidos, pues saben que una dosis mayor de lo esperado, puede cortar el hilo de su collar de victorias. Esta es la apuesta de Bordalás, provocar que el azar campe a sus anchas durante todo el partido.

Es por eso que cada balón despejado, la presión en todo el campo, sin atisbo de descanso, obedece a una idea fundamental: crear el caos en el contrario, un caos que convierte el verde tapiz en un laberinto. En este punto, los jugadores contrarios se sienten incómodos, pues están en un terreno inhóspito, áspero, en el que hay que desbrozar mucha maleza para llegar a alguna parte.

Expongo un ejemplo entre varios que podrían citarse: cada vez que el Getafe despeja el balón en zona defensiva, sin buscar un pase limpio, en lo que parece un recurso de un jugador de regional, lo que en realidad pretende es conectarse a la ruleta del azar.

El balón se despeja a lo largo y a lo alto, de manera que pasa a campo contrario donde lo espera uno de los defensas, aunque al tener que bajar de las alturas da tiempo a que un punta se acerque y mediante una disputa de balón muy estudiada, desplace un poco al defensa para que ante cualquier contacto con el balón, este salga hacia cualquier dirección.

A partir de esta situación, dos o tres jugadores del Getafe ya están prestos para la recogida del balón, uno o dos segundos antes que los contrarios. Lo que debería haber sido un balón cómodo para el defensa en un despeje habitual, se convierte en una jugada de riesgo.

En este hábitat, la infantería al mando de Bordalás, tiene muy claro lo que tiene que hacer: no buscan el balón, lo cazan.

Cuando tienen la presa en su poder, con el rival desorientado por tanto cuerpo a cuerpo, por tanto forcejeo, los jugadores del Getafe saben que es el momento de aprovechar los segundos de confusión de su rival para dar la estocada.

Soy capaz de valorar la belleza intrínseca de este planteamiento. Los jugadores del Getafe son gladiadores que representan una nueva idea de fútbol. Señalan el camino a tantos equipos que en su imitación sistemática de los grandes, justifican que nada cambie.

El Getafe es el veneno que hay que inocularse para subvertir el orden establecido.


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