La gota que ha colmado el vaso de la imbecilidad, la que sobrepasa todos los límites del sentido común, ocurrió en el partido Paris Saint Germain-Newcastle jugado el 28 de noviembre de 2023, en el Parque de los Príncipes de París.
Con 0-1 en el marcador, el PSG se encontraba ante un nuevo fracaso en la Champions League. De haberse mantenido este resultado, el PSG estaría tercero en el Grupo F, quedando a expensas de una carambola en la última jornada para pasar a octavos de final.
Pasados los noventa minutos fue cuando el colegiado polaco Szymon Marciniak, conchabado con el VAR, y vete a saber con quién más, señaló un penalti bochornoso, algo que ya es demasiado frecuente en todas las competiciones nacionales y europeas: un centro al área, el balón pega en el cuerpo de un jugador del equipo inglés y posterior a ello, rebota en su brazo.
Todos los jugadores del equipo parisino clamaron justicia deportiva al unísono, cuando lo que se pide y se acaba dando no es más que una jurisprudencia infantiloide, que a base de repetirse se torna habitual, no siendo más que la degeneración de la equidad y la hombría, para acercarse día tras día a lo inverosímil, exigiendo posturas de mariquita a los jugadores, moviéndose con los brazos pegados a la espalda, cual teatro del absurdo donde la incoherencia y el despropósito crecen sin mesura.
Son actuaciones arbitrales que redundan en el hartazgo del aficionado, especialmente de los seguidores más acérrimos que no dudan en viajar a otros países para animar a su equipo y que ven como son burlados por decisiones arbitrarias que inducen a una involución del fútbol, en un acercamiento constante a lo hermafrodita, a lo antinatural.
Uno de los dramaturgos del absurdo, Eugène Ionesco, expuso que si se describe un círculo, y después se le acaricia, se convertirá en un círculo vicioso. En estas estamos, instalados en una acción que se repite de manera regular, premeditada para hacer del fútbol una parodia insertada en un ciclo del que solo cabe esperar que cumpla con las teóricas etapas de nacimiento, crecimiento y declinación, para en algún momento volver a un renacimiento esperanzador.
Viajar de Newcastle a París, encontrándote con el marcador a favor cuando faltan pocos minutos para que termine el descuento, estando con el ánimo alborozado al imaginar que con el siguiente partido en casa, contra el AC Milan, pasarás a octavos -el Newcastle no jugaba la Champions League desde la temporada 2003-2004-, que un mago negro se saque de la chistera una aberración semejante es para llevarlo al juzgado para que sea inhabilitado para siempre. Si hace unos años el error humano era una licencia permitida, ahora con el VAR, errores de esta calaña solo pueden vincularse a conspiración o a una estupidez muy acentuada. Para ambos supuestos solo cabe la incapacitación, con el añadido de detención y cárcel para el primer caso.
De seguir así las cosas, inseridos cada día más en el teatro del absurdo, quiero proponer que algún club valiente, alternativo y modesto, haga un salto al vacío. Aunque tal temeridad podría llevarlo al desmembramiento por estamparse en el suelo, me inclino a pensar que más bien ocurriría lo contrario: podría suceder que los ángeles del averno lo llevaran en volandas hasta convertirlo en uno de los clubs más apreciados del mundo del fútbol, con todo lo que eso significa, tanto en atención mediática y nuevos suscriptores en sus redes sociales, además de un gran impacto económico.
Propongo que un club con dirigentes audaces convenza a sus jugadores de saltar al campo investidos en camisas de fuerza, con los colores y el escudo del club, camisas diseñadas para inmovilizar los brazos de las personas dementes o violentas que en este caso tendrían la finalidad de denunciar, mediante el sarcasmo, la degeneración del fútbol a niveles de jardín de infancia o de manicomio.
Estoy convencido que tanto los aficionados de los dos equipos, como los jugadores rivales, estarían a la altura de un momento histórico que obligaría a los estamentos futbolísticos a plantearse las reglas del fútbol en el apartado de los penaltis, pues cuando la noticia se expandiese a la velocidad de la luz, la acción de un equipo desconocido iluminaría con un destello descomunal toda la oscuridad interesada que parasita y destruye el mundo del fútbol.
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