domingo, 17 de septiembre de 2023

LOS TULIPANES DEL FÚTBOL ( y II )

La primera gran burbuja de la historia fue la de los tulipanes, en los Países Bajos, entre 1620 y 1637. La misma me ha sugerido el título de los dos artículos.

En el anterior escrito expuse los traspasos más caros y mediáticos, entre los años 1973 y 2017. En el mismo, se hacía énfasis de la tremenda inflación en los fichajes en relación al Incremento de Precios al Consumo (IPC), en diferentes etapas.

En el primer análisis de este artículo voy a tomar dos únicas referencias: el fichaje de Johan Cruyff por unos cien millones de pesetas, en el año 1973, y el de Neymar Jr. por doscientos veintidós millones de euros, equivalentes a treinta y seis mil novecientas treinta y siete millones de las antiguas pesetas, en el año 2017.

La inflación futbolística en el margen de cuarenta y cuatro años -del 1973 al 2017-, sin aplicar ningún corrector por el paso de los años, fue del treinta y seis mil setecientos por cien. Una salvajada por más que se quiera maquillar con diferentes argumentos, desde el IPC anualizado, o la inevitable evolución del fútbol en cuanto a derechos de televisión y publicidad.

Si tomamos como referencia el IPC en España, desde 1973 hasta 2017, anualizando cada incremento en los años siguientes, da como resultado que mil pesetas del año 1973 equivaldrían a unas dieciocho mil pesetas del año 2017.

O sea, que en un período de cuarenta y cuatro años, la inflación de España fue del mil ochocientos por cien, mientras que la futbolística fue del treinta y seis mil setecientos por cien. Una simple división nos demuestra que la inflación de los traspasos del mundo del fútbol, entre 1973 y 2017, fue veinte veces mayor que la inflación de España, teniendo en cuenta que hubo el tránsito de la peseta al euro.

Paralela a esta inflación desmesurada, discurre otra que resulta más intrincada y oscura: la de los sueldos de los jugadores, sus años de contrato, los agentes mercaderes, padres comisionistas y dirigentes de club que también mojan pan en la apetitosa salsa.

Siendo escandalosas las ingentes cantidades pagadas por jugadores top, lo más grave ha sido que han servido para abrir todas las espitas para que jugadores de nivel mediano, fuesen fichados como cracks, o que jugadores con un nivel paupérrimo hayan cobrado unas fichas altísimas.

El ejemplo de Sergi Roberto es un ejemplo paradigmático en esta ecuación: de un pobre nivel futbolístico, con una actitud en el campo apocada y con un rictus de perdedor, este buen chaval, inmerso en la marea de sueldos del equipo azulgrana, llegó a cobrar casi nueve millones de euros por temporada.

Como referencia comparativa, merece la pena mencionar que Poli Rincón, que fue jugador del Real Madrid durante dos temporadas -la 1979-80 y la 1980-81-, internacional con España en veintidós partidos, marcando diez goles en sus participaciones, tenía una ficha anual de tres millones de pesetas, equivalentes a dieciocho mil euros.

Una simple división nos da que la ficha de Sergi Roberto ha sido durante años, cuatrocientas setenta veces mayor que la de Poli Rincón, estando ambos en grandes clubs, y siendo la categoría futbolística del jugador blanco de mayor altura que la del azulgrana. Aunque parezca imposible, la inflación de los sueldos de los futbolistas supera históricamente a la inflación de los traspasos

Siguiendo con las aberraciones, cuando un jugador llega a un nuevo club después de un traspaso millonario y firma un contrato por cuatro o cinco años, la secuencia natural de los hechos, es que cuando falta año y medio para llegar a la finalización de su contrato, el agente del jugador ya busca una renovación al alza, pues de lo contrario el jugador se marchará libre a la finalización del mismo.

Los clubs, atrapados por esta malévola situación, acaban encontrando soluciones que no son más que el sometimiento a un chantaje. En definitiva, después de que un club se haya gastado una fortuna en el fichaje de un jugador, más las comisiones de rigor, además de sueldos y primas, cuando todavía está bajo su custodia, el jugador ya mete cizaña a través de su representante, mientras toma una actitud como si él nada tuviese que ver con el asunto, bajo la amenaza de irse libre cuando se llegue al vencimiento del contrato.

Llegados a este desenlace, cuando un jugador ha optado por marcharse a otro club, previo acuerdo privado firmado bajo mano mientras pertenece al club que le paga, el club agraciado no tiene que pagar ningún traspaso, aunque en un trato entre auténticos judas, el jugador a través de su representante hace valer la prima de fichaje: viene libre pero eso te costará un dineral, no tanto como un traspaso pero lo suficiente para que suponga un sobrecoste en la ficha de al menos el setenta por ciento.

De este modo, muchos fichajes no se producen, enmascarados en esta alternativa que empobrece a los clubs que hicieron una gran inversión y ni siquiera tienen la oportunidad de recuperar parte de lo que gastaron, mientras las carteras de los jugadores, agentes, padres y algunos presidentes rebosan dinero a mansalva.

Se ha pasado del derecho de retención -en España esto supuso que hasta 1979 el jugador no podía marcharse del club sin el permiso de sus dirigentes, compensándolo con un incremento anual del diez por ciento en sus emolumentos-, a un vivalavirgen en toda regla, en el que los jugadores como nuevos reyes Midas, ganan una cantidad de dinero indecente, estando muy protegidos en todos los sentidos, incluso de sus propias aficiones, con una secuela de caprichos, poses y actitudes, impropias en muchos casos.

Es indiscutible la fuerza centrífuga que ha alcanzado el fútbol, por lo que es razonable que las cifras que se manejan se hayan multiplicado de manera vertiginosa a lo largo de los años, pero se ha llegado a un excesivo punto de distorsión que debería corregirse.

Los paganos finalistas somos los consumidores que vemos como los productos de alimentación, automóviles, electrodomésticos, etc., que se anuncian en la publicidad de los partidos llevan implícita la repercusión correspondiente en el coste de los mismos. Es un precio añadido que pagamos todos: los que nos gusta el fútbol -además de pagar por verlo-, y a los que no les importa nada este negocio camuflado de deporte.

 

 

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