Escribo este artículo unas horas después de que el FC Barcelona haya jugado la Maradona Cup, en Riad, perdiendo en la tanda de penaltis contra el Boca Juniors. El partido no tuvo historia, algo previsible atendiendo a que el FC Barcelona está en horas bajas y que el Boca Juniors es la viva muestra del declive de los clubs argentinos. Observar a los espectadores celebrando el partido daba bastante grima, algo parecido a ver a gente famélica festejando una comida a base de poliestireno y kétchup.
Que uno de los mejores jugadores de la historia haya tenido esta copa como homenaje póstumo, denota que el poder del dinero se ha apoderado de casi todo lo que se mueve, hasta el punto de recordar a Mozart permitiendo que la interpretación de su Réquiem sea bajo la batuta de la Charanga del Tío Honorio.
Menos mal que los que hemos visto jugar a Maradona, en un período de dificultad extrema, por la permisividad de la violencia en el terreno de juego, lo recordamos sin que nos sea necesaria la pachanga de Riad.
En su época más exitosa, recuerdo haber leído en una entrevista que le hicieron, que una de las cosas que más le gustaba era ver jugar a niños y a jóvenes en la calle, para aprender de ellos, para interiorizar algún regate imprevisible.
Cuando el fútbol se apodera de uno es cuando eres capaz de captar los matices y la belleza de su juego, anhelando siempre descubrir algo nuevo, un gesto inaudito que de pronto te produce una alegría íntima, la sensación de haber detectado algo muy valioso.
Recuerdo que en mi infancia y en mi juventud había seguido partidos de los que -desde un balcón o desde un promontorio- solo podía verse la mitad del campo. Cada vez que el balón aparecía en la parte visible, con mis amigos -viendo jugar al EC Granollers-, o con mi primo Jaume -viendo jugar al CE Jupiter, en La Verneda, desde un séptimo piso que nos permitía ver la mitad del campo a lo largo-, sentíamos una emoción especial.
La Maradona Cup jugada en Riad tiene algo de irrisorio, de fútil, al igual que la entrega de las Creus de Sant Jordi. En este año 2021 fueron entregadas otras treinta, una chapa de valor relativo que pone en evidencia a quienes las otorgan y a quienes las reciben. Si me refiero a ello es porque en esta edición, junto a los estómagos agradecidos que las han recibido, dos de las Creus estaban destinadas a Alexia Putelles y a Pau Gasol.
Que una leyenda deportiva como Pau Gasol reciba la Creu de Sant Jordi a los cuarenta y un años, al mismo tiempo que la jugadora de fútbol femenino Alexia Putelles, es la demostración de la estupidez de los políticos catalanes, quienes seguramente cayeron en la cuenta -un poco tarde- de que Pau Gasol se la merecía a pesar de no seguirles el juego político.
Pau Gasol, de acuerdo a su caballerosidad, en vez de mandarles vete a saber dónde, declinó su presencia al acto de entrega, alegando motivos personales, que es como decir que tenía mejores cosas que hacer y que ya pasará a recogerla.
En este mundo actual la mediocridad se mezcla con la solemnidad, el engaño con lo ampuloso y la moderna fanfarria entretiene a la población, encauzándola hacia el desfiladero para que se tope de bruces con la banalidad más envolvente, con la nube acida que adormezca su cerebro y lo moldee para vivir una dulce idiotez.
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