Ronald Koeman fue destituido esta semana como entrenador del primer equipo del FC Barcelona después de la derrota en Vallecas. Ayer, y se supone que de manera interina, Sergi Barjuan, antiguo compañero de Koeman en los años 90, dirigió al equipo en el empate frente al Alavés.
Desde el pasado mes de mayo, la figura del entrenador neerlandés no había recibido ningún reconocimiento público inequívoco por parte del nuevo presidente, algo insólito suponiendo que el club se encuentra en medio de un gravísimo período de reconstrucción.
En un cruce alargado declaraciones contradictorias, ambigüedades e improvisaciones fuera de toda lógica, la mala praxis del presidente generó una devaluación del todo injusta y contraindicada de la figura de Koeman, que hacía presagiar el desenlace final de la destitución, pero no de la dimisión del técnico.
Lo lógico y práctico, más en momentos de crisis absoluta y amenaza de ruina y deuda enorme como la actual, hubiese sido dar un tiempo prudencial al proyecto de Koeman, sin fisuras ni tibiezas de mentiras de ningún tipo, valorando el rol que desempeñó el holandés durante muchos meses de la temporada pasado, en la que sustentó la imagen pública del club, adoptando un rol que ninguno de los capitanes de entonces, con Messi a la cabeza, adoptó en ningún momento.
Los bandazos y las incongruencias no son en absoluto la fórmula para mantener la calma y el equilibrio en ningún tipo de proyecto, pero la historia ya nos enseña que en el FC Barcelona los cainismos fratricidas y la lucha intestina entre pares son, este sí, el auténtico ADN del club.
En este sentido, parece que todos los males llegaron de golpe a la vez en poco tramo de tiempo: la nefasta y disparatada gestión heredada de Bartomeu, la ausencia de carácter, personalidad y liderazgo público en el seno de la plantilla, unos capitanes insulsos, no aptos para una tarea esencial a llevar a cabo, ni en esta temporada ni en la pasada.
Añádase el esperpento semanal de la nueva junta, y se evidencia una realidad y una dinámica sumamente peligrosa que presagia una salida muy complicada e improbable del laberinto en que se encuentra el club. La sensación de decadencia general acecha como nunca antes.
Por último, manifestar las dudas sobre que Qatar facilite la llegada de Xavi al FC Barcelona, al margen de la idoneidad de su fichaje, en medio de la innegable guerra fría –desigual- existente entre el club catalán y la monarquía absoluta catarí en cuestión.
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