jueves, 15 de julio de 2021

EL ÉXTASIS DE LEO MESSI

Mientras que en el FC Barcelona se exprimen el cerebro para encontrar una solución económica y un enfoque adecuado para cuadrar el límite salarial que permita firmar un nuevo contrato con Leo Messi, el jugador argentino acaba de ganar la Copa América con su selección, el decimoquinto título para Argentina en esta competición. La espera ha sido larga, pues el último título ganado por parte de la albiceleste hay que buscarlo en el siglo pasado, en el año 1993.

Antes de ganar la Copa América frente a Brasil, en el Estadio de Maracaná, la noche del domingo 11 de julio de 2021, Messi había participado en cinco competencias de la Conmenbol, habiendo llegado tres veces a la final de la Copa América, siendo derrotado en las mismas con el factor fortuna muy contrario a sus intereses. Asimismo, hasta la fecha, ha participado en cuatro Mundiales con la selección argentina, llegando a la final en el año 2014, perdiendo contra Alemania de un modo inmerecido.

Con esta victoria Messi ha roto el cordón umbilical que le unía a una frustración insoportable, encontrando la salida de un útero laberíntico que le oprimía la vida, cuando la cuenta atrás marcaba un corto espacio temporal, a partir del cual solo habría desolación.

Ganar un título con la selección absoluta albiceleste era para Messi una cuenta pendiente no ya dolorosa, sino muy traumática. Haber ganado el Mundial Sub20, en el 2005, o el torneo masculino de fútbol en los Juegos Olímpicos de 2008,  eran un aperitivo muy escaso para los insaciables argentinos, fanáticos y ansiosos de gloria, incapaces de comprender como el mejor jugador del mundo, probablemente el mejor de la historia, era incapaz de darles una alegría.

Años atrás, las acusaciones en contra de Messi tuvieron una altisonancia muy cruel. Le llamaron pecho frío, le acusaron de no sentir los colores de la albiceleste, de ser un hombre incapaz de liderar un grupo de futbolistas, sufriendo siempre las comparaciones con el histriónico Maradona, el hombre que ganó un Mundial previa victoria contra los ingleses en los cuartos de final, marcando el mejor gol de la historia de los Mundiales, cuatro años después de haber sufrido Argentina la derrota militar contra el Reino Unido en la Guerra de las Malvinas.

Con el tiempo, acumulando derrotas en las finales, el tono acusador bajó algo en su insolencia, tanto por la aceptación resignada de los argentinos, como por el abatimiento visible de Messi cada vez que perdía una final. En el país se fue interiorizando que el que más sufría las derrotas era el propio Messi, quien ya hizo un amago de abandonar la selección en el año 2016, después de fallar un lanzamiento en la tanda de penaltis, en la final jugada contra Chile: Se terminó para mí la selección. No es para mí. Lamentablemente lo busqué, era lo que más deseaba y no se dio.

En este momento la mayoría de argentinos asumieron que en el fútbol muchas veces no se da lo que se merece. Tal vez recordaron que ni Maradona ni Pelé ganaron jamás la Copa América a pesar de su insultante superioridad técnica. El fútbol es el deporte en el que de manera más habitual ocurre que tropiecen los favoritos, aspecto que le otorga una resonancia mágica que hace que antes de empezar un partido, el equipo más modesto junto a sus seguidores, crean firmemente en la victoria aunque su rival sea el mejor equipo del mundo.

En la final jugada en el estadio de Maracaná la selección argentina tuvo la suerte que le había dado la espalda en las anteriores finales. Un grupo de jugadores devotos de Messi, dispuestos a jugarse la vida por Argentina y por su compañero, en un partido muy bronco por ambas partes, anularon a Neymar con una exhibición de pressing catch, de agarrones  y de patadas que no se recuerda desde los tiempos de Maradona.

Justo en el momento de finalizar el partido, Messi entró en un trance en el que la energía de los siete chakras se fundieron con la nada y el todo, reverberando en un éxtasis al alcance de muy pocos seres humanos, un gozo distinto que ni siquiera se atisba por ganar, sino que solo se consigue cuando ocurre el milagro de que la mano de Dios te eleve a los cielos desde las simas de la desesperación.

 

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