viernes, 9 de abril de 2021

SIN REGATE NO HAY PARAÍSO

A lo largo de mis años jugando al fútbol tuve la oportunidad de compartir equipo con jugadores anónimos que tenían cualidades suficientes para haber sido futbolistas profesionales de buen nivel. Muchas veces, el hecho de llegar a nivel profesional tiene más que ver con una actividad comprometida y un porcentaje de suerte que con un talento natural. Cuando las tres condiciones coinciden la probabilidad de que surja un jugador notable es muy alta.

En la actualidad, cualquier equipo tiene unas instalaciones, materiales de entrenamiento, y unos equipos técnicos que posibilitan un desenvolvimiento más adecuado del jugador a nivel general, además de una preparación técnico/táctica muy necesaria para la comprensión global del juego.

No obstante, la masificación del orden deportivo, desde benjamines a juveniles, limita algo fundamental: la creatividad del jugador imaginativo.

El riesgo que se corre cuando un jugador con estas características hace inmersión en lo académico, y se le imponen desde la infancia los corsés deportivos por un supuesto bien común del equipo, es excesivo.

Un entrenador que no tenga en cuenta el riesgo/beneficio ante un jugador de características especiales, no es un buen entrenador. El arte se puede encauzar, pero nunca comprimir. Si la habilidad natural de un chico es la de encarar y marcharse de sus rivales, aunque ello vaya vinculado a una falta de disciplina defensiva, además de mostrarse ajeno a la posición de sus compañeros y de los rivales, lo adecuado es corregir estos excesos y potenciar sus cualidades.

Con la planificación deportiva y las modernas instalaciones, en Europa se ha perdido el jugador de la calle, el chico que se pasa horas jugando con el balón con sus amigos en un descampado. Afortunadamente, África y América Latina siguen siendo un vivero de chicos talentosos, forjados en una anarquía imprescindible, aunque cada vez más, en sus países se van incorporando los sistemas europeos en forma de escuelas de fútbol que sirven de cebo a los padres para dar el paso de rescatar a su hijo de un fútbol sin normas, para matricularlo en un centro de enseñanza futbolístico, un lugar en el que recibirá clases muy necesarias para entender el juego colectivo, pero asimismo perderá capacidades innatas por una subordinación excesiva a lo que dice un manual de instrucciones.

Recuerdo mis años de escolar cuando en el recreo se juntaban en el patio unos cien niños y niñas. Unos cambiaban cromos, algunas niñas saltaban a la comba, otros jugaban a las canicas, y en este bullicio de idas y venidas, se montaban partidos de como mínimo, quince contra quince. Acarrear el balón de una a otra portería era toda una hazaña, pues había que librarse de los contrarios, esquivar grupos de niños y niñas que estaban en otras cosas, sortear árboles, etc.

Durante años, en los dos cortos partidos diarios de mañana y tarde, no había mejor recurso para conseguir la gloria que coger el balón y lanzarse a por la portería contraria, dibujando laberintos, en una sinuosa batalla que casi siempre terminaba con la pérdida del balón después de haber regateado muchos obstáculos.

Rememoro como algo cercano al éxtasis el ver cómo te ibas aproximando a la portería, sin pensar ni un segundo en la posibilidad de pasar el balón a un compañero. Habría sido una acción fútil y absurda, pues el riesgo de dar el balón a un contrario o a alguien que pasaba por allí era demasiado alto.

De aquel avispero, con los años, salías con un dribling demoledor. Nadie podría definir el tipo de regate que se hacía, pues nacían de lo más instintivo de cada uno, nada que ver con los regates que ya están relacionados de manera académica y que se practican siguiendo un menú al alcance de todos.

En el fútbol actual solo puedo distinguir a dos grandes regateadores con un componente disruptivo indescifrable para los contrarios: Messi y Neymar. Hay algún otro en camino pero habrá que dejar pasar un poco de tiempo para confirmarlo.

El periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano ha sido quien más ha aproximado el fútbol al concepto poético que subyace en su núcleo interno. Dejó escrito en su libro El fútbol a sol y sombra que a medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí.

 

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