Recuerdo la primera entrevista de Luis Enrique como entrenador del FC Barcelona. En cierto momento un periodista le preguntó sobre el papel que tendría en el equipo el psicólogo que llevaba en su staff. Luis Enrique sabedor que la innovación en el seno del equipo iba a resultar polémica zanjó el tema a su manera, rápido y conciso: tranquilos, que el psicólogo es para mí.
Desde hace bastante tiempo algunos jugadores del FC Barcelona deberían haber ido un poco más allá de la reconfortante charla psicológica y haber pasado por el diván de un buen psiquiatra, pues hay traumas que permanecen en el sustrato, en baja intensidad, pero que salen a flote cuando el escenario de cualquier partido comprometido evoca las malas experiencias pasadas, la grave herida emocional que significó la instauración de un trauma en la cúspide del cerebro.
Dos de los jugadores del Barça más necesitados de terapia para poder rendir en un terreno de juego son Jordi Alba y Sergi Roberto, aunque la afección que muestran uno y otro es diferente en algunos detalles.
Mientras que Alba es plenamente consciente de su situación interna y en ocasiones la sufre con desespero y aflicción, Sergio Roberto en cambio, inmerso en su mediocridad, es el clásico buen chaval que ha hecho suyo el dicho catalán que expresa qui dia passa any empeny. En definitiva, es capaz de revestirse de tópicos y excusas para imponerse un auto-engaño que le permite asistir al siguiente funeral con miedo e indolencia, con una sensación libre de culpa. Digamos que a nivel psiquiátrico lo tiene más fácil que Alba, aunque es mucho peor jugador que el lateral de Hospitalet.
Jordi Alba es capaz de incidir como un puñal entre las defensas contrarias y asimismo es muy vulnerable en defensa si el equipo contrario muestra un alto nivel de juego. No solo porque sea superado por un buen extremo, sino por su posición táctica y su desasosiego creciente con los pertinentes errores, según vaya el partido y la importancia del mismo.
La actividad que desarrolla en un terreno de juego es muy engañosa y desigual. Ante equipos flojos y medianos, equipos que solo juegan con uno o dos puntas, las llegadas de Alba al área contraria son constantes y en general, bastante eficientes, pero cada vez que el FC Barcelona se enfrenta a un equipo poderoso, Alba juega al cara y cruz, corriendo riesgos innecesarios, sin confianza, y con una ansiedad interna que le lleva a perder el control, no solo del juego, sino también el emocional.
Por esta razón, irrumpe en comportamientos que le llevan a enfrentarse con malos modos con rivales, además de reclamaciones estentóreas e irreflexivas a los árbitros que le muestran tarjeta de amonestación por protestar en tal número de ocasiones que resulta algo impropio de un profesional responsable.
Concretamente, en esta temporada Jordi Alba ha recibido doce tarjetas de amonestación, nueve de ellas por protestar. También destaca en la faceta de fingir una y otra vez que ha sido víctima de golpes o de infracciones, aspecto que le deja en muy mal lugar, pues muchas de las simulaciones son realmente ridículas.
En definitiva, nos encontramos ante un jugador que ante retos complicados pierde el equilibrio emocional si las cosas se ponen difíciles. Fui el primero en alegrarme cuando el FC Barcelona lo fichó del Valencia CF, en el año 2012. Su rendimiento global a lo largo de las temporadas jugadas con el Barça ha sido notable, incluso sobresaliente en algunas, pero desde hace unos años tiene momentos muy oscuros en demasiados partidos exigentes.
Mi consejo al FC Barcelona es que hay que remover el árbol para que siga cayendo fruta demasiado madura y deteriorada. Solo así la cosecha futura será provechosa.
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