A
lo largo de su historia, el reglamento del fútbol ha sufrido numerosos cambios,
especialmente en una de sus reglas más polémicas: el fuera de juego.
Resulta
evidente que la regla del fuera de juego es un mal necesario, pues sin ella, el
fútbol perdería geometría y belleza, aunque probablemente para llegar a esta
conclusión, se tiene que haber alcanzado una cierta fase de compromiso
intelectual con el fútbol. Desde la óptica del simple espectador o practicante
lúdico, la regla del fuera de juego es más un inconveniente que la solución
perfecta que permite que el fútbol competitivo sea una composición estratégica.
No
creo pertinente discutir sobre si hay que derogarla o ajustar el fuera de
juego, pues desde hace unos años ya se han corregido todos los posibles excesos
que limitaban las opciones del equipo atacante. Asimismo, la recurrente
tentación de situar una línea, más allá del medio campo, permitiendo que el
atacante tenga más libertad de movimientos sin caer en el fuera de juego, sería
a mi modo de ver una alternativa de fácil consumo, una conveniencia para
simplificar, que eliminaría matices que son necesarios.
En
un partido improvisado entre amigos, la regla del fuera de juego debe
aparcarse, porque la complejidad de la misma hurtaría el éxtasis de un fútbol
festivo y espontáneo. Pero cuando el partido se configura desde la seriedad de
la competición, sea esta del nivel que sea, entonces la regla resulta
imprescindible para aquilatar la auténtica dimensión del fútbol como juego
inteligente.
Es
curiosa esta dicotomía de una regla tan fundamental, que se puede obviar o
tornarse inevitable, dependiendo del momento y del lugar, de la puesta en
escena de un ditirambo o de una disciplina regia.
En
la historia del fútbol han sido pocos los equipos que han utilizado de manera
habitual y convincente la táctica del fuera de juego. Podemos señalar su
inicio, asociado de manera exitosa, con el Estudiantes de la Plata, en los años
60. En Europa fue en los años 70, cuando belgas y holandeses adoptaron una idea
que cogió por sorpresa a sus rivales. No
es circunstancial que equipos belgas, como el Brujas y el Anderlecht,
alcanzaran sus mayores hitos en la década de los 70. La conclusión es que en un
fútbol poco preponderante como el belga, una sustancial aportación táctica
defensiva, modificó por momentos la pendiente del tablero.
Otra
versión de la aplicación de la táctica del fuera de juego fue la holandesa, con
el Ajax y la Selección holandesa a la cabeza. En este caso es innecesario
incidir en la revolución táctica global de su fútbol, aunque sí merece la pena
resaltar que en estos casos, la
utilización de la táctica del fuera de juego, fue dirigida hacia una idea
ofensiva del juego, con una línea de presión muy alta.
No
fue hasta finales de la década de los 80 que surgió un equipo dominante a nivel
mundial, capaz de escudriñar todos los arcanos del fuera de juego: este fue el
Milan de Arrigo Sacchi.
Era
un equipo presionante, con grandes jugadores, de una gran capacidad física,
además de disciplinado hasta la extenuación a nivel táctico. Fue el 1 de
noviembre de 1989 cuando se jugó en el Santiago Bernabéu el partido de vuelta
de los octavos de final de la Copa de Europa, Real Madrid – A.C. Milan. En la
ida había ganado el Milan, por 2-0 y todo el Bernabéu estaba conjurado para
doblegar a un equipo que unos meses antes les había humillado.
Lo
que ocurrió fue que el Real Madrid cayó veinticuatro veces en la trampa del
fuera de juego y no pudo levantar la eliminatoria. Fue una experiencia
traumática, no solo para el Real Madrid y sus aficionados, sino también para el
mundo del fútbol, pues el Milan atenazó en noventa minutos la imagen futura del
fútbol.
Como
consecuencia de la exhibición de bloqueo, la International Board se apresuró a
realizar un ligero e importante retoque -uno más- en la regla del fuera de
juego: para que hubiese fuera de
juego, el delantero tendría que estar
más avanzado que el último defensa.
De este modo, se habilitaba el estar en línea, facilitando el fútbol de ataque, restando al Milan algunos destellos de efectividad en su estrategia. A nivel popular, a esta norma se la conoció como norma Anti-Milan.
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